Hace días que un saltamontes rondaba por la entrada del portal del edificio donde habito. Pensé en lo curioso de encontrarlo entre aquel conglomerado de cemento y hormigón, cuando apenas a unos metros, hay una zona verde urbana bastante bien planificada. El arbolado y la vegetación allí existente, se ha sabido conservar respetuosamente, para integrar dentro de su espacio las zonas de recreo que hace años lo convirtieron en un parque urbano.

Una mañana al bajar a la calle, encontré al saltamontes inmóvil y tumbado. Sin duda, había dado su último salto hacia delante, como acostumbran a hacer estos insectos. Pero de ese salto ya no iba a volver, al menos en este presente.

Lo recogí entonces con una hoja seca y lo llevé al parque, recostándolo junto a las raíces de un pino. De alguna manera, me alivió poder devolverlo a un espacio verde más propio de su naturaleza – y también de la mía- que dejarlo en el bloque de cemento donde nos conocimos.

Me quedé un rato con él sentada sobre la tierra húmeda y mientras lo observaba en su quietud al lado de esas hermosas raíces, daba gracias por poder contar dentro de esta pequeña ciudad, con un espacio natural que ha sabido ser conservado en esencia, en cuanto a su adaptación al resto de estructura verde urbana.

Y es que hasta que este amigo saltamontes no ha apareció en mi vida, no me había planteado una lectura más en profundad de la verdadera importancia que supone contar con los árboles y la vegetación adecuada, que corresponda a cada territorio y clima, tanto en los parques como en el resto de tejido urbano. Para que esto sea posible, sin duda necesitamos contar con gestores sociales, que realmente entiendan de árboles, de planificación urbana y por qué no, que conserven cierta sensibilidad hacia lo que significa recordar de dónde venimos…

De entre las lecturas que he ido haciendo en estos días, me ha gustado especialmente un extracto de Francis Hallé, botánico y biólogo francés, especialista en gestión de los árboles. Sus “Diez Mandamientos” para una buena gestión de los árboles, se recogen en su obra: “Du bon usage des arbres” (De la buena gestión de los árboles), un libro especialmente destinado a los “elegidos” (políticos y administradores públicos) que tienen la responsabilidad de cuidar el patrimonio de árboles, especialmente en el medio urbano.

La traducción la recojo del blog: «La memoria del bosque», de Ignacio Abella.

Los Diez Mandamientos, serían los siguientes:

RESPETO: los árboles son seres vivos, como tú y como yo. Más aún, son nuestros protectores. Merecen el respeto debido como seres vivos y no ser tratados nunca con desprecio, como si fueran tan simplemente mobiliario urbano.

PLANIFICACIÓN: Antes de planificar un edificio o un barrio nuevo, se debe contar con un urbanista que sepa planificar en primer lugar los espacios verdes y las alineaciones de árboles; la edificación vendrá en todo caso después.

COMPETENCIA: saber rodearse de los profesionales más competentes para la elección de especies, plantación, podas de formación, corte de madera muertas y diagnósticos de seguridad.

PREVISIÓN: Es preciso prever para cada árbol plantado, un volumen suficiente para el desarrollo de su copa y sus raíces cuando sea adulto; esto hará que gran parte de las podas sean innecesarias. No olvidar nunca que un árbol sin podar no es peligroso.

MODESTIA: no plantar nunca grandes ejemplares para impresionar; es al mismo tiempo una pérdida de tiempo y un derroche. La ostentación y los árboles no se llevan bien.

HONESTIDAD: no creáis – ni intentéis hacer creer – que diez árboles jóvenes pueden reemplazar a un gran y viejo árbol abatido; esto es una falsedad social, ecológica y económica.

NO VIOLENCIA: No podéis las ramas o las raíces de un árbol salvo que sea absolutamente necesario. No es estético y vuelve al árbol peligroso.

CIVISMO: ser inflexibles con las conductas de dejadez y mala educación hacia los árboles. Golpes, mutilaciones, etc. Soportan mal todas las formas de agresión.

PROTECCIÓN: No olvidéis que la tala de árboles en las cunetas de las carreteras, no es de ningún modo una respuesta a los problemas de la seguridad del tráfico.

GRATITUD: Amar los árboles, es un modo de amar a los seres humanos. Amad vuestros árboles y tendréis la satisfacción de constatar que vuestros conciudadanos os testimoniarán su gratitud.

No sé si quien planificó la readaptación urbana del espacio natural que tengo debajo de casa, había leído o no a Hallé. Pero este último punto, el de la gratitud sentida como habitante, lo corroboro. Poder devolver al saltamontes a aquel espacio nuestro, me dio la paz que espero que él también haya encontrado, esté donde esté.

Carmen Díaz Beyá

1 Comment

  • Margarita Posted 22 enero, 2019 6:30 am

    Preciosa y necesaria reflexión, inspirada por un saltamontes. Tuve exactamente la misma experiencia hace dos navidades pero sin la reflexión que sigue a la tuya. Me quedé observándolo hasta que lo vi incorporarse pero no saltó y pensé que, si le tocaba abandonar esta vida, mejor hacerlo en ese entorno que en mitad de una acera. Gracias por compartir.

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