Hay quien me pregunta cómo se puede establecer ese puente de conexión entre las ciencias y las humanidades, para poder materializar uno de los principales objetivos que pretende las humanidades ambientales.
En realidad –contesto- una no se puede entender sin la otra ¿O es que la naturaleza (ciencia) no tiene su propio lenguaje (humanidades)?
Otra cosa es de qué manera intentemos entenderlo, transmitirlo y sobre todo, a quién nos dirigimos. Pues quizás esta sea la pregunta principal a la hora de traducir el lenguaje de la naturaleza.
Gary Snyder, en su obra: La Práctica de lo Salvaje, describe un acontecimiento que me gusta mucho para intentar explicar cómo hasta el propio lenguaje, en este caso el idioma chino, ha nacido en la mismísima naturaleza.
Cuenta el autor cómo en la antigua China: “Los adivinos calentaban un caparazón de tortuga sobre una llama hasta que se resquebrajaba, para después interpretar las grietas. La escritura empezó, según los propios chinos, copiando estas grietas”. Las formas que creaban con sus distintas curvas y ángulos, dieron origen a los caracteres chinos. Para copiarlos, se sobreponían en cañas de bambú o en madera de pino, de manera que: “todas las formas de escritura se relacionaban con materiales naturales”.
Es decir, desde el origen de los mismos caracteres del lenguaje -un caparazón de tortuga resquebrajada- hasta la forma de plasmarlos para transmitirlos -caña de bambú o pino, entre otros materiales-, todo está relacionado con los elementos naturales. En otras palabras: la naturaleza en su sentido más tangible dio a luz al idioma chino.
Lo que intento transmitir con este ejemplo, es que las humanidades ambientales no pretenden mostrar un nuevo camino, sino más bien hacernos recordar cómo ES el mundo. Una esfera interconectada donde todo se encuentra irremediablemente unido.
La división entre las ciencias y las humanidades o la separación entre el cuerpo y la mente, así como el continuo empeño por parcelar la realidad, es un invento humano que tiene su origen en Europa Occidental, en el periodo histórico que conocemos como Modernidad. Pero de la inverosímil separación de lo vivo y de cómo esta idea tan arraigada a nuestro ideario social surgió en torno al siglo XVI, hablaremos en otra ocasión.
Por ahora, seamos naturaleza. Seguro que cada cual redescubre su propio lenguaje para comunicarse con ella.
El mío, es el silencio.
Carmen Díaz Beyá
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