Estómagos que digieren plásticos, en vez de alimentos. Ojos empachados de cemento, buscan el lugar donde una vez habitó la naturaleza. Narices anóxicas, ebrias de su consumo en dióxido de carbono. Vidas que vienen al mundo y encuentran mares putrefactos. Vidas que se van, incapaces ya de reconocer el territorio en el que nacieron.

La Edad de los Humanos. Así llaman a nuestro tiempo.

 

Antecedentes del término: Antropoceno

Aunque existen varias versiones, la más aceptada es que el científico Paul Crutzen, Premio Nobel de Química en 1995, fue quien acuñó esta palabra en el año 2000.

Para que sea posible declarar la existencia de una nueva época geológica, es necesario encontrar una misma señal en todo el mundo que sea verificable, para poder ser contrastada en el futuro. Según las investigaciones del Anthropocene Working Group, dirigido por el científico Jan Zalasiewicz, la señal que pondría el punto de partida al Antropoceno, respondería a los elementos radioactivos y a otros tantos materiales fabricados por el hombre, como el plástico o el cemento, que pueden ser localizables tanto en sedimentos como en el hielo, a lo largo y ancho de todo el planeta.

Aunque esta definición no está oficialmente aceptada, existe un cierto consenso en establecer 1950 como el año que supone el cambio de era respecto al Holoceno, periodo que comprende aproximadamente los últimos 11. 700 años. Como explicó Zalasiewicz en su estudio de 2016, The Anthropocene is functionally and stratigraphically distinct from the Holocene: “Los principales indicadores de comienzo del Holoceno no estaban directamente influidos por las fuerzas humanas. Esta es la diferencia principal con el Antropoceno”.

Pero si analizamos el término Antropoceno en su etimología original, (del griego ἄνθρωπος anthropos, ‘ser humano’, y καινός kainos, ‘nuevo’) comprobamos que no hay alusiones a la inconsciencia colectiva, como un estado inherente a nuestra especie. En cambio, sí que nos está hablando de nuestra responsabilidad y protagonismo en lo que está sucediendo. Aquí y ahora.

Lo cierto es que en contra de lo que el imaginario colectivo tiende a creer, no estamos predestinados al desastre por una especie de mandato supremo.

Si por algo se ha caracterizado el ser humano desde sus orígenes, es por su constante empeño por ir más allá, por descubrir y por salir adelante. Está en juego algo muy grande, la vida misma ni más ni menos, así es que no vale mirar hacia otro lado y refugiarse en la excusa de que lo global no está al alcance de nuestras manos. Para llegar a lo global, primero hay que pasar por lo local. Y para llegar a lo local, antes tenemos que revisar nuestra relación como individuos con la naturaleza.

Existen pequeños-grandes cambios que podemos hacer ya. Por ejemplo, ¿Por qué no consumir energía de una cooperativa de renovables en vez de seguir alimentando a grandes compañías de dudosa moral? ¿Por qué seguimos comprando ropa de conocidas marcas que tienen deslocalizada su producción para pagar menos a sus trabajadores? ¿Por qué no utilizamos más la bicicleta en vez del vehículo, cuando tenemos ciudades que cada día, están más preparadas para ello?

Informémonos, preguntemos, contrastemos… En resumen, despertemos de una vez. Sólo así y retomando mis palabras del principio, nuestros estómagos volverán a digerir alimento sin microplásticos añadidos. Nuestros ojos, se reconciliarán con el paisaje. Nuestras narices volverán a alimentarse de oxígeno. Las vidas que vienen al mundo encontrarán la calma mirando al mar mientras que, las vidas que se van, que serán la tuya y la mía, podrán estar orgullosas de haber cambiado el humillante sentido que tiene hoy, esta Era de los Humanos.

 

Carmen Díaz Beyá

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