Este artículo es un pequeño homenaje a un recuerdo de infancia en plena naturaleza de un ‘pequeñico’ pueblo de Teruel, en pleno Sistema Ibérico, y en el que las luciérnagas o ‘gusanicos de luz’ iluminaban nuestras risas nocturnas en las oscuras eras veraniegas.
Las luciérnagas o bichos de luz son insectos muy conocidos, pero poca gente sabe que son en realidad escarabajos, miembros noctámbulos de la familia de los lampíridos caracterizados por su capacidad de emitir luz (bioluminiscencia). Los lampíridos (Lampyridae) son una familia de coleópteros polífagos de cuerpo suave relacionados con las familias Lycidae, Phengodidae y Cantharidae. La mayoría de las luciérnagas tienen alas lo que las distingue de otros insectos luminiscentes de la misma familia, conocidos comúnmente como gusanos de luz. Existen unas 2.000 especies de luciérnagas. Estos insectos viven en diversos entornos cálidos y en regiones más templadas. Las luciérnagas tienen órganos lumínicos especiales situados bajo el abdomen. Cuando absorben oxígeno, éste se combina dentro de las células especiales con una sustancia llamada luciferina y reacciona produciendo la luz. La característica más distintiva de los lampíridos es su cortejo nocturno, el cual consiste en un diálogo complicado entre los machos y las hembras de una especie. Típicamente los machos patrullan en busca de pareja con un vuelo característico mientras emiten secuencias de destellos de luz característicos de cada especie. Las hembras de la misma especie pueden responder con destellos específicos y así el apareamiento puede ocurrir.
Y esos destellos de luz eran sin duda lo que nos atraía y recordarlos me lleva a sentir nostalgia de un pasado. Hace ya más de 30 años cuando esos “gusanicos de luz”- como los llamamos en la zona aragonesa de mi procedencia- emitían y llenaban las eras y calles de tierra que rodeaban al pequeño pueblo turolense de Portalrubio, en pleno Sistema Central. Ocurría siempre en las cálidas noches de verano cuando nuestros padres nos dejaban salir a corretear ya bien entrada la noche mientras ellos tomaban la fresca sentados en las sillas de enea a la puerta de sus casas.
El recuerdo imborrable de esas luces que nos acompañaban a media noche permanecen aún vivos en mi mente. Eran nuestra luz, nuestra compañía…. no sabíamos su forma ni tamaño, sólo que eran mágicos y si te acercabas se apagaba su luz, por eso nunca pretendimos cogerlos o adivinar como eran realmente. Estaban ahí para compartir nuestras risas, carreras y alegrías. Eran momentos realmente mágicos. En las noches de luna llena eran invisibles pero cuando la luna se escondía tras las nubes o en alguna de sus otras fases eran la luz que nos guiaba.
En una de esas noches veraniegas de 2014, y tras muchos años de no ver ni rastro de estos pequeños seres, un día vi una pequeña lucecita a los pies de un rosal… Los recuerdos de aquellas noches se agolparon en mi mente y me quedé mirando la lucecita, sin acercarme, inmóvil, y casi sin pestañear….”¡habéis vuelto!”, pensé. Ese verano pude ver la luz cada día…solo una luz y casi siempre en el mismo sitio. Pero desde entonces ya no he vuelto a verla.
Cada verano regreso a mi pueblo en agosto y las noches estivales ya no son así. Están oscuras. Ya no hay “gusanicos de la luz”, y ya no pueden disfrutar de su compañía los niños que corretean por las calles…y cuando intento explicarles cómo eran estos “bichitos mágicos” me miran incrédulos …
Gusanicos de luz, ¿por qué nos habéis abandonado? ¿qué maldad ha urdido el hombre para echaros de nuestro entorno? ¿tendremos que recurrir a mitos y leyendas para que volváis a nuestras mentes?
Abril 2017
Carmen Valero Garcés